NOTAS
HABANERAS (I)
A Juani (“te espero en el lobby“).
A causa del bloqueo internacional a
Cuba, La Habana
ha quedado congelada en la historia: sus edificios, sus calles, sus automóviles
parecen postales del pasado. Aislada en el tiempo, es una reliquia histórica en
medio de la civilización. Sus mercados, sus pregoneros de frutas, la poesía que
destila la música de los trovadores de la calle, sus carros, nos ofrecen imágenes
de la España
de la posguerra. Al ver algunos autobuses (medio desguazados y con mil
remiendos) no podía dejar de acordarme de la famosa “Pepa” de mi abuelo
Mariano, que no llegué a conocer pero de la que me ha llegado
su imagen a través
de las historias del pueblo.
Recién aterrizados en La Habana me decidí a llevar a
cabo acompañado por Juani uno de esos paseos en los que deambulas sin rumbo ni
dirección, solo guiado por tu instinto viajero. Sucedió lo peor, fuimos a parar
a la zona más degradada de Centro Habana: sorteando aceras que se desmoronaban,
socavones en el suelo, conductores anárquicos demasiado entusiastas, ciclistas
que giran sin avisar, basura en descomposición, olores nauseabundos, casas en
ruinas, ancianos descalzos. Un territorio hostil al que se unían el calor
asfixiante del Caribe y el humo del petróleo de mala calidad que hace
desplazarse a los coches.
El paseo por La Habana Vieja te
sorprende por su abigarrado colorido, la simpática vitalidad, la alegría
expansiva de los cubanos, los sones contagiosos de cualquier conjunto de
trovadores que suenan a síntesis entre España y África. Las plazas de la Habana Vieja son
fascinantes, un verdadero escaparate de arquitectura colonial, con patios
interiores que por momentos me recordaban a los de mi querida Córdoba. Pero a
la vuelta de la esquina reaparece la lepra de los edificios y la desolación, y
el ánimo vuelve a derrumbarse.
El Malecón reluce con un atardecer
cristalino, con amenaza de tormenta y es pura embriaguez visual, pero las casas
que lo escoltan también lucen la lepra en su piel, como si hubiera en esta
ciudad una enfermedad que todo lo contagiara. Hay ruinas tristes, pero también
hay ruinas que nos transportan en el tiempo, al tiempo donde lucían su
esplendor. Viajeros muertos hace siglos nos traen noticias de una Habana
contenida dentro de La Habana
que vemos hoy. Zoé Valdés escribía que la ciudad ideal sería, mitad La Habana , mitad París, donde
se entremezclaran rincones de una y otra. Descripción más poética de la ciudad, imposible.